Viaje al corazon de la India 1


Aqui publico pequeños parrafos que edité de un artículo más amplio

Té con búfalos


Para quienes prefieren los viajes cómodos, idílicos y todo incluido, quizás India no es el lugar para escoger, y aunque estas características son ofrecidas por un sin número de empresas de viajes locales, lo cierto es que el “costo alternativo” de palpar el caos de Mumbay, la pobreza de Calcuta, el acoso de los vendedores en Agra o los olores de la ruralidad, no es algo que todos los turistas estén interesados en vivir y sentir de forma tan intensa, pero que en mi caso disfruté enormemente y sentí que era lo que verdaderamente valía la pena experimentar en un país como este, quizás por eso también, en la mitad del recorrido opte por abandonar la guía que había comprado porque lo único que me recomendaba era no comer en la calle, no hablarle a los comerciantes, y no vivenciar algunas festividades, porque eran focos de peligro para un viajero precavido. Para vivir la India desde lo mas intenso hay que caminar, introducirse en el desorden de las calles y los bazares, pero sobretodo alejarse de las ciudades para vivir lo mas rural y dramático del país. Y ahí estoy yo, recorriendo el centro de Uttar Pradesh, una zona a la que muchos van por el Taj Mahal en Agra, o los rituales de cremación en Varanasi, y que yo, sin desmerecer la belleza de unas de las siete maravillas del mundo, he optado adicionalmente por visitar lo que para Asam, el conductor de mi auto, es aún mas relevante: el pueblo de su familia política. En medio de caminos que aún no están trazados, rodeados continuamente de bueyes que empujan carretas, lodo que no deja pasar los autos y que ya nos ha desviado del camino un par de veces, empiezo a evidenciar una India mucho mas radical y mas autentica, aquí nadie habla ni entiende ingles (como es común en las grandes ciudades), los Saris se usan tapando la cara de las mujeres casadas y la evidencia de uno de los países mas pobres del mundo se hace cada vez mas palpable a medida que avanzamos hacia Crablae, una aldea que ni si quiera aparece en los mapas, pero que sin duda es un reflejo de lo que pasa al interior de estas comunidades. Todo el pueblo gira en torno a la agricultura, en donde las herramientas y técnicas mantienen estándares aun muy básicos, como la oz para podar el pasto. Las mujeres siembran y cultivan a pleno sol, vestidas en metros y metros de telas de colores, parecen no preocuparse por el intenso calor, a veces las acompañan sus niños, o los de otras familias que alquilan para estas labores. Sobre sus cabezas también cargan tres y cuatro tinas de metal llenas de agua, quizás llevan caminando mas de una hora para trasladar agua hasta sus aldeas, lo cierto es que las mujeres son el pilar de las labores domesticas y del campo también. En la entrada de la casa de los suegros de Asam está Kchory, su suegro, un hombre que contempla el paso de las personas con la tranquilidad y calma que parecen darle los años. A el nada lo altera, ni siquiera la docena de moscas que rondan en torno a su taza de te. Y aunque estoy decidida a no invadir ni generar ruidos en un lugar que me acoge con inmensa gentileza, parece que mis intenciones son inútiles. Las mujeres que viven en la casa, me invitan a tomar una taza de té con leche. En medio del establo de los bufalos (su mayor riqueza) me siento y ellas empiezan a destaparse la cara porque ya no hay hombres alrededor. Aquí el se te toma hirviendo, mas leche que agua, mas especies que te, el aroma a jengibre, canela y clavos, se combina irremediablemente con los bufalos y el lodo que se esparce por toda la aldea. Abandonamos la aldea, no sin antes presenciar como todo el pueblo ha salido a la calle a vernos y despedirnos, por un momento fui testigo de la amabilidad y sencillez mas grande de personas que jamás pensé podría conocer.


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