Con los ojos vendados

Suponer que los medios manipulan la realidad, es desconocer que estos y la ciudadanía interactúan en la construcción de sentidos. Pedir que no crean en la prensa es un insulto a la capacidad de elegir cómo se quieren informar

Durante estas semanas he observado con detenimiento cómo debajo de las discrepancias del Gobierno con los medios de comunicación, subyace en su discurso la inmadurez institucional sobre la cual actúa, el prejuicio frente a las audiencias y/o ciudadanía, la inconsistencia con políticas que buscan una sociedad más educada e informada y el discurso populista atrincherado.

Quizás hay que recordar que aquella idea de que los medios de comunicación manipulan la realidad (cualquiera sea esta: política, social, económica) responde a una visión obsoleta de que la comunicación es un proceso unidireccional, y desconoce tácitamente la capacidad de las audiencias de reflexionar y sopesar las distintas miradas de un mismo hecho. Más peligroso aún es que evidencia la inmadurez institucional con la cual contamos para equilibrar los poderes, ya que prácticamente se les pide a los medios que no opinen, no analicen y no generen reflexión.

Recuerdo el caso de la portada de la revista The Economist cuando preguntaba si Clinton debía renunciar, así de directo y tajante. Con toda la influencia que dicho medio tiene en el mundo, nada tambaleó, porque las instituciones funcionan y en caso de desacuerdo con las opiniones de la prensa hay caminos para defenderse legítimamente y que no tiene nada que ver con censurar a los medios o pedirles que no los lean. Es importante mantener la institucionalidad que resguarda a todas las partes su derecho a discrepar y defenderse. Por otro lado, debemos recordar que un pacto social sostenible en el tiempo se funda sobre la base de que todos sus actores (estado, sociedad civil, sector privado, medios de comunicación, etc.) son capaces de dialogar y discrepar en sus visiones, pero principalmente son capaces de sobre-poner sus pugnas y atrincheramientos en pos de una visión de altura que demanda la sociedad en su totalidad. Ese es el principio de la gobernabilidad, por medio del cual los distintos sectores son capaces de articularse y ordenarse equilibradamente, porque la diferencia, el conflicto y la diversidad son constitutivos de la democracia.

Cuando el poder político se desequilibra, ahí deberán estar los medios y la ciudadanía para contrapesar y lo mismo sucede cuando la rueda gira al revés. Pero no nos equivoquemos porque el peligro está cuando desde uno de los sectores se intenta nivelar el barco con prácticas que nada tienen que ver con la convivencia democrática (llámese derrocar a un presidente, censurar un medio de comunicación o intervenir una petrolera). Sabemos que la información, así como el conocimiento, son bienes apreciados en el momento histórico que nos toca vivir, de ahí el nombre de “sociedad de la información”. Es en ese escenario en donde las inequidades y exclusiones se complejizan justamente por la falta de acceso a la información, o la limitación en la comunicación de las personas.

De ahí que un discurso que llame a la censura de la información es diametralmente opuesto al esfuerzo que día a día se realiza por un desarrollo humano basado en el reforzamiento de las capacidades de las personas, como el simple hecho de elegir cómo se quiere informar o qué tipo de fuente quiere optar. Precisamos interiorizar que indistintamente del nivel de desarrollo que hemos alcanzado, a mayor información pública, mayor será la transparencia de los procesos, más empoderada estará la ciudadanía para incidir en la producción y consumo de la información, y mayor fluidez existirá en la relación entre los distintos actores de la sociedad.

Teniendo al ciudadano en el centro de esta reflexión, me parece que desde la discusión más macro, como puede ser lo ocurrido en Venezuela con el cierre del canal RCTV, pasando por lo más concreto, como los dichos del presidente Correa acerca de los medios de comunicación e información, o lo menos asimilado como la censura a contenidos de internet en países como China comunista, lo que realmente subyace en este tipo de reacciones es el desconocimiento absoluto de las instituciones y de una ciudadanía capaz de representarse democráticamente. Suena entonces, al menos en el caso de América Latina, una inconsistencia entre el discurso caudillista y lo que implica verdaderamente vivir en democracia libre y sobre todo con dignidad humana.
Publicado en Vistazo (21 Junio/07)

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