La venganza de los pokemones


Lo que comenzó como una moda, se ha convertido en uno de los movimientos juveniles más representativos de Sudamérica. Su apariencia es solo un guiño para esta “tribu” marcada por el consumo y la tecnología, que ya amenaza con expandirse hacia otros países.


Es un domingo en la tarde, detrás del Museo de Bellas Artes en Santiago, en plena avenida central de la ciudad, una turba de adolescentes permanece recostada en el pasto arrimados unos con otros, como si el ruido de los autos, el pasar de la gente o la mirada atenta de los guarda parques, no significaran nada. Ahí están ellos, con sus pelos alisados de color negro profundo, botas de cuero gigantes e imponentes, negras también, y sus ropas que limitan entre lo andrógino y lo punk, parecen inspirarse en las películas de “manga” japonesas. La música de fondo es un reggaeton movido y sexuado y que pone a mover los cuerpos de los cientos de adolescentes, es momento entonces de intercambiarse, de saltar entre uno y otro, de tener encuentros sexuales fugaces, sin mayor compromiso. Y es que, al igual que se coleccionan los ringtones, se coleccionan los “contactos”, una dinámica a la que han denominado “ponceo”. Es el reflejo del ir y venir de prácticas similares a las experimentadas en el chat: frenéticas y sin mayor trascendencia, pero con la intensidad y rapidez propia de un entorno altamente influenciado por las formas como se usan y consumen las nuevas tecnologías.


Pero esta combinación entre estética japonesa, reggaeton y libertad sexual no es lo único que identifica a los denominados “pokemones”. Detrás subyace una historia, un país que sin darse cuenta fue moldeando a toda una generación, nacida principalmente en los 90, en plena bonanza del Chile moderno, pero con una tradición conservadora importante, en donde el acceso al consumo es un determinante al momento de estar integrado o incluido dentro de los nuevos estándares sociales.


Son también hijos de una democracia que empieza a olvidar los años traumáticos post Pinochet, pero además se da cuenta que la democracia no es sinónimo de oportunidades, por tanto el desencanto se instala en su lenguaje, en su visión futura, en su actitud en general.Sin duda, este fenómeno de los pokemones tiene conmocionado a Chile y algunos expertos del tema ya avecinan una expansión a otros países .


Obviamente los medios s e han hecho cargo del tema, hay incluso un programa permanente en la tarde que recibe solamente historia de los pokemones y la revista Newsweek ya los reporteó a fondo. Esto a su vez ha gatillado la inquietud de las empresas con sus marcas y producto que están cazando tendencias para desarrollar soluciones a la medida de los pokemones.


Pero, ¿en que momento se volvió masivo este fenómeno?, sin duda desde que la televisión dejó un espacio para su análisis curioso y morboso para descubrir a estos adolescentes deslenguados y sin límites. Pero también, cuando los pokemones empezaron a ser un grupo atractivo para el marketing, para la publicidad. Por tanto, mientras esta tribu se amplía más y más, los subgrupos al interior de esta se limitan y acentúan con mayor radicalidad. Es una paradoja en sí misma, porque si bien esto hace que se pudieran expandir hacia otras fronteras, dado que su estética o su música son perfectamente reproducibles, a su vez, surge la duda de si en otro contexto histórico y social se podría dar con tal intensidad.


Es fácilmente rebatible que la ecuación jóvenes desencantados, con democracias excluyentes y alta exposición mediática podría resultar en Ecuador, Perú o México.
Pero lo que tienen en particular estos pokemones chilenos es una respuesta tajante a un consumo del cual no son partícipes. Son chicos y chicas a los que el crecimiento económico les favorece tangencialmente, y sobre todo representan la decadencia de un sistema, que por un lado les ofrece educación asegurada pero de mala calidad, un desarrollo económico vacío de sentido y una identidad país de la cual probablemente no se sientan parte.

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