Contagios sociales




Casos como el de la significativa reducción del crimen en Nueva York, se deben no solo a una estrategia policial, sino sobretodo a un efecto socio cultural similar a la de una epidemia.

Durante la década de los ochenta el metro de Nueva York debe haber sido uno de los lugares más peligrosos de la ciudad y de Estados Unidos en general. Transitar por sus vagones era un acto casi suicida, sobretodo en las zonas suburbanas en donde las redes del crimen y el micrográfico asfixiaban a los pasajeros que obligadamente debían tomarlo. Por simplista que parezca, una de las primeras medidas y de mayor impacto en todo el plan para reducir la tasa de criminalidad, que tomó el dúo dinámico de la ciudad (el ya conocido Alcalde Rudolph Giulliani y el jefe policial William Bratton) fue el de limpiar sistemáticamente cada uno de los vagones para que no quedara rastro de ningún graffiti. Tan seriamente se tomaron este trabajo, que incluso detenían vagones en el instante que detectaban un graffiti para que en la siguiente ruta este ya no tuviera ninguna mancha, ningún indicio de que había sido marcado por las pandillas. Detrás de esta idea estaba la “teoría de la ventana rota”, aquella que explica cómo por el sólo hecho de ver un bien deteriorado (como puede ser un vagón de tren repleto de graffiti) todo se torna mucho más vulnerable y genera un efecto dominó en los criminales. Lo que adicionalmente subyacía en esta simple medida era la idea de que los fenómenos sociales por complejos que sean, como es el caso del crimen, tienen características similares a las de una epidemia y por lo tanto la búsqueda de sus soluciones pasa también por ese cambio de paradigma.

Según Malcon Gladwell un escritor estadounidense cuyo libro se convirtió rápidamente en best seller a nivel nacional, no sólo por el caso de los crímenes en Nueva York, sino también por explicar tendencias sociales mucho mas diversas como el renacimiento de una marca de zapatos o la generación de rumores, las epidemias poseen como característica el ser contagiosas, además son producto de lo que los economistas denominan el efecto 80/20, es decir que el ochenta por ciento del trabajo lo realiza un veinte por ciento de las personas, y además las epidemias no generan cambios graduales, sino dramáticos en donde el contexto y la situación histórico cultural del momento son claves. Por lo tanto, al tratar de explicar por qué el índice de asesinatos en Nueva York descendió un 67% en diez años, el robo de vehículos un 81% y el robo en general 72% veremos que desde las explicaciones tradicionales como las de los criminólogos, todo esto se debe a la política policial de “tolerancia cero” liderada por Giulliani y Bratton, mientras que para los economistas se debió a un crecimiento paulatino de la economía y su efecto directo en el empleo de los más pobres.

Sin embargo, lo que se plantea desde el paradigma de las epidemias sociales es que existen situaciones contextuales, y pequeñas acciones con efectos dramáticos, que responden a hechos mas culturales y sociales del momento, que trascienden las intenciones que muchas políticas públicas tienen en un momento dado. Lo que necesitamos hoy ( y no solo me estoy refiriendo a aspectos relacionados con la delincuencia) es un efecto dominó, brutal y directo que conlleve un cambio de “switch” general. Es necesario conjugar los tres elementos: el contexto social determinado (la teoría de la ventana rota), la valoración de los pequeños actos y el trabajo del 20% de personas que influyen en el ochenta por ciento restante. Sin duda un desafío que nos pone en evidencia que el efecto de las políticas públicas no es una ecuación simplista producto de unos pocos tecnócratas que impactan uniformemente en la sociedad, sino que más bien demanda de la interacción de otras variables socioculturales tan dramáticas y poco consideradas como la percepción o la sensación de que vale la pena cambiar las cosas a pesar de estar regidos por la ley de la selva.


Publicado en Vistazo (Febrero 16, 2006)

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