Alteración de nuestro ADN

Publicado en Revista Vistazo


Nuevos rasgos culturales están configurando el ADN de los ecuatorianos. Marcados por la desconfianza, la dependencia con el gobierno y la intolerancia cultural, cada vez más nos alejamos de un ideal basado en la reciprocidad y el sentido de comunidad que incluye y no discrimina.




Fácilmente confundimos los rasgos culturales característicos de la identidad ecuatoriana, con los criollismos y las imágenes populares representadas por el cholo, el montubio o el indio y todo aquello que pueda remitirnos al territorio nacional o historia con nombre de héroe. Sin embargo, la cultura desde un concepto más amplio, es como una trama o red de “significados” en la cual estamos insertos. Esa construcción de significados y sentidos no es algo que se produzca de manera aleatoria y por eso creo oportuno revisar algunas características que están alterando nuestro ADN de ecuatorianos.

El primer síntoma es que estamos polarizados más allá de la pelea con los pelucones. Esto porque la pelea entre pelucones y “el resto del país” parece haber tocado el punto neurálgico de las diferencias sociales, diferencia enraizada en la inequidad entre quienes acceden a los beneficios materiales y sociales del país y aquellos que no. Pero también representa una caricatura populista de la lucha de clases que tanto le gusta a la izquierda. Esta lucha aparece como desconfianza generalizada e hipocresía contenida (es mejor no decir nada no vaya a ser que te empapelen en la tele o algo parecido) la que prontamente se ha convertido en una división que trasciende al territorio de los pelucones, porque resulta que la pelea es también entre ciudades, entre católicos, entre líderes comunitarios.

La receta del “divide y reinarás”, combinada con autoritarismo, resulta fulminante al momento de pretender construir una sociedad basada en el capital social, considerado como un pilar para el desarrollo social. Lamentablemente es la desconfianza, el odio de clases y el temor, lo que hoy nos esta caracterizando, rasgos que en el caso de países como Chile (con una lucha entre izquierda y derecha muy radical) ha tomado al menos tres generaciones el poder reconstituirlo. El ejemplo de Chile no me parece menor, porque aún guardando las distancias de lo que implicó un gobierno desastroso de Allende, seguido por la represión de Pinochet, el resultado luego de casi tres décadas es que es un país que sigue marcado por la división que ya ni siquiera es político – ideológica, sino esencialmente basada en el desconocimiento y el temor al otro diferente, separados por clases, barrios, ciudades, colegios.

Siguiendo en la línea de detectar algunos rasgos culturales, quiero detenerme en el clientelismo como política para perpetuar la dependencia, ya que si bien el clientelismo es una forma de hacer política, al final los estragos son de tipo cultural. El término clientelismo hace referencia a la relación “patrón-cliente”, especialmente a la compra de votos por favores políticos. En un Ecuador en permanente estado de “elecciones” parece que el único camino posible para entablar una relación “estado – ciudadano” es a partir de la compra del voto, de asegurar la plataforma política para alcanzar el porcentaje necesario para ganar las presidenciales, el cambio de la constitución, y próximamente las alcaldías. En palabras del asesor del gobierno Ralph Murphine (publicada en Vistazo Oct/3) al preguntarle si la actitud del gobierno ha sido populista y clientelista, responde “…eso qué importa. Alguien no tenía comida antes y ahora se le ofrece, el que necesita no va a decir: ‘No acepto, esto es clientelismo’, simplemente va a comer, tiene hambre”. Paradójicamente, mientras se combate con aberración los atropellos de las élites peluconas, por otro lado se nos presenta una democracia basada en favores, contacto de “ñaños”, influencias y regalos (que navegan al vaivén del petróleo) y logran perpetuar relaciones de poder desde arriba (aquellos que tienen el poder) hacia abajo (los que están sometidos a los favores) por tanto viene a desentrañar la hipócrita visión de quienes gobiernan, acerca de los mas necesitados y desprotegidos (a quienes hay que regalarles todo más que empoderar).


Detrás de este teatro del país culturalmente tolerante y diverso (plural) se esconde una forma única que desconoce cualquier tipo de resistencia fuera de la institucionalidad política altamente mediatizada. Así, con solo subirnos a un taxi o caminar por el centro de nuestras ciudades nos enfrentaremos necesariamente con los nuevos rasgos culturales que están alterando negativamente nuestro ADN.

Comentarios

Ana dijo…
Adjunto comentario enviado acerca de este artículo de un lector de la revista Vistazo:

He leído con detenimiento el articulo de Ana María Raad en Vistazo (No.989 de Noviembre 6, 2008) relacionado con el “clientelismo político” y su fomento a la lucha de clases que tanto explota la izquierda. Ana María reconoce e identifica que las diferencias sociales en Ecuador y America Latina en general, se produce entre aquellos que “acceden a los beneficios materiales y sociales del país y aquellos que no”. Esto se llama “desigualdad de oportunidades”. Si todos tienen acceso a un salario digno, a una educación digna, y a la salud, las necesidades básicas de todo ser humano que debe garantizar todo Estado, el clientelismo se basara en otras ofertas de menor importancia. He aquí donde radica el problema en America Latina. Pero luego continúa para criticar al Gobierno en su líder, y al movimiento político dominante “de turno”, porque sin duda caerá en su popularidad en su día, por sustentarse en el “clientelismo político”. Craso error. Siempre hubo, hay y habrá “clientelismo político”. El clientelismo se basa en las “necesidades de los clientes”. En el caso político, de los ciudadanos. El éxito de un candidato radica en su habilidad para identificar las necesidades y “ofrecerlas en la tarima de elecciones”. Así lo hizo la derecha con “PAN TECHO Y EMPLEO” de León Febres cordero, hasta el “DALE CORREA” que identifico el hastío que tenia el pueblo Ecuatoriano en general, pelucones incluidos, del comportamiento y corrupción de los actores políticos que hoy son historia. Hasta Barak Obama con el Cambio que Necesitamos (Change we Need) identifica el hastío popular del “corporativismo político” de los últimos dos periodos y obtiene excelentes resultados.
La diferencia es que las necesidades de Ecuador y America Latina en general son tan básicas: casa, trabajo, educación y salud, que es tierra fértil para cualquier demagogo que suba a una tarima y las ofrezca. Y hay que decirlo, todos han ofrecido lo mismo, porque las necesidades, para vergüenza nuestra, no han variado desde la fundación de las naciones. Quizás el ADN de nuestro pueblo lo hace “aguantador”, pues en USA o Europa sus ciudadanos no toleran las desigualdades de oportunidades que reinan en America Latina. El clientelismo siempre existirá, quien cumpla sus ofertas hará la diferencia.

Gustavo Echeverria Perez

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