Tributo a los 200 años de la revolucion de Darwin

Darwin esta de moda, Darwin cumple 200 años, Darwin no tiene mas conflictos con la Biblia, Darwin pasea por Chile, las Galápagos, el mundo entero, Darwin inspira miles de libros.
Asi es como enfrentamos hoy lo que para algunos es "La idea mejor pensada" (por sobre Newton, por sobre Einstein) y por ello me parece interesante reproducir una columna que se publicó hoy respecto al legado intelectual del Darwin en el sXXI, es decir, por que finalmente es TAN relevante para nuestra sociedad, estas ideas que cumplen 200 años.

Aprovecho tambien para contar que abri una pequeña sección sobre este tema en el blog, para que tengan mas referencias y sobretodo empiecen a reencantarse con Darwin.

Columna invitada:
Legado intelectual de Darwin en siglo XXI
Por: Álvaro Fischer Abeliuk

El filósofo Daniel Dennett afirmó en su libro “La peligrosa idea de Darwin” que si él tuviera que darle un premio a la mejor idea jamás concebida, se lo daría a Darwin, antes que a Newton, Einstein o cualquier otro, porque la idea de selección natural “de una plumada unifica el ámbito de la vida, y sus significaciones y propósitos, con el tiempo y el espacio, la causa y el efecto, el mecanismo y la ley física”. Con ello quiso indicar que la selección natural nos permite pasar de manera coherente desde los objetos físicos a un subconjunto de ellos, los seres vivos, y entre éstos, a aquellos capaces de generar cultura (información que no se transmite por medio de los genes, sino por imitación, aprendizaje o enseñanza), como los seres humanos, que les dan significado y propósito a sus acciones.

El mecanismo de selección natural que propuso Darwin no tiene un propósito que lo guíe (las variaciones genéticas generadas son todas al azar) ni un cerebro central que lo organice (la prueba de supervivencia y reproducción a que es sometido cada ser vivo ocurre de manera descentralizada en el particular nicho ecológico en que le toque vivir). Esto también puede traducirse afirmando que el diseño que observamos en el mundo natural, los rasgos que exhiben los seres vivos, no requieren de un diseñador. Todo esto introdujo una gran disrupción en el escenario intelectual del siglo XIX, y sus repercusiones siguen hasta nuestros días. Asimismo, esta mirada les quita el carácter especial que los seres humanos se conferían a sí mismos, para transformarnos en una especie más que proviene de especies antecesoras.

Aunque no se requiera de un diseñador para entender el mundo a nuestro alrededor, eso no prueba la inexistencia de Dios, sino permite no invocarlo para explicarlo. Eso deja algún espacio a creyentes y no creyentes para compatibilizar sus convicciones con la evolución por selección natural, según la mayor o menor comodidad intelectual que eso le genere a cada uno.

Las ideas de Darwin habían dejado pavimentado el camino para comprender las conductas de los seres humanos, pues la selección natural moldeó nuestra mente (el procesamiento de información que ocurre en nuestro cerebro), que es donde se generan esas conductas. Sin embargo, esas ideas fueron contaminadas con una mancha moral por el así llamado “darwinismo social”. Éste afirmaba que la “supervivencia del más fuerte” se podía trasladar a las doctrinas políticas, desde la eugenesia hasta las atrocidades del nacionalsocialismo alemán, basado en “falacia naturalista” (lo que “es” naturalmente, también “debe ser” moralmente) e invocando el error fáctico de que la “supervivencia del más fuerte” era una manera adecuada para describir la selección natural. Cuando Hamilton y Trivers, entre 1964 y 1971, mostraron que el altruismo y la cooperación forman parte de las conductas que surgen por selección natural, sin contradicción con los postulados de Darwin, dicha mancha moral pudo ser limpiada, y la perspectiva evolucionaria comenzó a florecer de nuevo.
Ello permitió describir los rasgos de los humanos con sus principales motivaciones, y los mecanismos cognitivos y emocionales que gatillan sus conductas, como herramientas moldeadas por selección natural, que permitieron resolver adaptativamente los problemas que nuestros antepasados cazadores-recolectores enfrentaron decenas e incluso cientos de miles de años atrás. Esos rasgos son específicos de nuestra especie, y nos permiten afirmar la existencia, con sustento científico, de una naturaleza humana, desafiando de esa manera la suposición posmoderna de que no la hay. Las personas no somos una tabla rasa, sino que heredamos al nacer una serie de herramientas precableadas con las que enfrentamos el mundo, y que, en interacción con el entorno cultural, generan lo que llamamos seres humanos. La vieja oposición entre determinismo genético y determinismo cultural ha sido superada.

El legado intelectual de Darwin en el siglo XXI es saber que tenemos una naturaleza humana, que nos permite entender por qué somos como somos. Y mientras mejor lo entendamos, estaremos en mejores condiciones para formular políticas públicas adecuadas, porque las diseñaremos conociendo para quienes están diseñadas, algo que la perspectiva evolucionaria nos está ayudando a desentrañar


Comentarios

quark schiz dijo…
Yo no veo que el darwinismo social se base necesariamente en esa falacia naturalista. La contaminación viene cuando se la aplica para valorar la categoría normativa de alguna idea cultural o causa ideológica. Para mí sobra apelar a eso para deberizar la eugenesia o los holocaustos porque hay una diferencia en el darwinismo social como justificación a una causa particular y el darwinismo social como explicación a ciertos paradigmas del comportamiento humano.

Más detalles sobre el tópico se encuentran en el excelente blog de Eduardo Robredo. Lo que se menciona ahí sobre la falacia naturalista es la redundancia de descartar lo natural para racionalizar por qué aquello aquello que nos parece moralmente bueno debe serlo. Y es que se supone que todo es natural, incluyendo lo que percibimos como moralmente bueno, pasiones que se han labrado en nuestros cerebros a punta de las adaptaciones a las que nos ha orientado la evolución.

Es justamente por eso que realmente me convencí de que para la perduración de la solidaridad y de la compasión como rasgos adaptativos deseables se necesita conservar algo de inseguridad y peligro en nuestro entorno, o sea precisamente eso que los comunistas confunden con "carrera de ratas": de ahí que deplore sus utopías como meta o las aspiraciones de serpentina oleaosidad hacia los modelos suecos.
Ana dijo…
Efectivamente debido a el darwinismo social se creía (erradamente) que llevar al ámbito “social” lo que se explicaba desde lo “natural” significada que el mas fuerte entonces también se debía imponer en nuestras estructuras sociales (como lo hizo el Nazismo)

Coincido contigo que una cosa es haber usado el darwinismo social para justificar causas particulares (que fueron terribles para la humanidad) y muy distinto es para explicar paradigmas del comportamiento humano. El punto es que el primero fue el que termino opacando durante mucho tiempo a las ideas de Darwin y es recientemente cuando se da paso al segundo, como idea fuerza.

El blog de Robredo, plantea de una forma mas clara, el por què las emociones pueden ser también explicadas desde la teoría de la evolución y no elevarlas (o separarlas) a un ámbito distinto. Los trabajos de Hamilton y Trivers (recién hace 30 años) permitieron mostrar que el altruismo y la cooperación son conductas que surgen por selección natural. Me parece clave aquí también recalcar la idea que Fischer plantea sobre que no somos “una tabla rasa” sino que traemos una herencia evolutiva importantísima, que interactuá con la cultura (no que esta lo determina todo)

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