La revolución que debe llegar al aula

Publicado en El Universo (17-05-2011)


Luego de evaluar a los profesores, lo cual es un gran avance para despolitizar al gremio. Después de aprobarse una ley de educación, que entre otros factores permitirá al Gobierno estructurar de mejor forma el Ministerio y por fin descentralizar el sistema, y de tener un nuevo currículo que busca desde el orden central darle un marco para trabajar a los profesores, queda en el tablero la pregunta que no podemos dejar de hacernos acerca de cómo logramos que los cambios se den al final del día al interior de la sala de clases. Para quienes definen políticas educativas, el designar recursos, así como el establecer estándares de calidad o diseñar los contenidos que el currículo debe tener, es pan de cada día, ese no es en sí el mayor problema. Lo complejo y finalmente diferenciador con otros países que logran buenos resultados en la educación, es que en el interior de la sala de clases, del colegio como una comunidad única, se generan las prácticas y cambios que uno espera.

Sabemos que en educación no hay recetas mágicas, no se trata de venir y copiarle a Finlandia, Corea o Chile, los modelos que han adoptado, porque cada país tiene su historia y sus complejos sistemas. Además, la idea de que en educación los grandes cambios toman años, suele dejarnos con la sensación de que por más que uno genere una maquinaria efectiva, el tiempo la pilla y todo vuelve desde cero al cambiar los gobiernos. Sin embargo, cuando vemos a países como Polonia o como Canadá que en pocos años (5 a 8 años) revirtieron el rumbo de su mala educación y hoy se destacan entre los países con mejores resultados, nos damos cuenta de que por sobre las capacidades técnicas hubo una firme decisión política y colectiva por cambiar esta situación.

Algunas claves que han permitido buenos resultados en contexto de pobreza trascienden justamente las capacidades que los técnicos y burócratas han instalado. Las revoluciones requieren de grandes consensos, y esos consensos en un ambiente como el que tiene nuestro país es poco propicio para darnos el salto cualitativo que necesitamos. Y es que cuando hablamos de consensos no se trata de sentar a los políticos a ponerse de acuerdo, se trata de traspasar e imprimir los esfuerzos y estrategias a una comunidad amplia que incluye a los padres, a las comunidades indígenas, a los expertos, a quienes llevan años mostrando buenos resultados, a la prensa, entre otros. En Canadá, por ejemplo, se trabajó el mejorar las expectativas que tienen los padres hacia los resultados que pueden obtener sus hijos. Ese es el gran distintivo de los padres coreanos también, es decir, que tienen por sobre todas las prioridades el resultado de sus hijos y por tanto están presentes e involucrados en el proceso de cambio.

Inglaterra tiene un sistema que ha resultado perverso en donde el énfasis está en presionar, presionar y luego apoyar, muy distinto al canadiense que se basa en apoyar, apoyar y luego presionar. Ambos países han tenido buenos resultados, pero el ambiente y la colaboración son distintos porque desde los gobiernos se ha enfatizado una relación completamente distinta con las escuelas y con quienes ahí trabajan. Hoy en Ecuador poco se les exige a las escuelas y a los profesores, se los premia antes de entregar resultados y eso, sin duda, está minando los pocos pasos avanzados.






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