La tarea inmediata de innovar


Cuando de innovación en la educación se trata, muchos se imaginarán grandes proyectos tecnológicos que convierten a las aulas en verdaderos laboratorios educativos, otros se imaginan metodologías alternativas que sirven de verdaderos pivotes contra corriente de las formas tradicionales de educar; sin embargo, a lo que nos enfrentamos hoy cuando hablamos de innovación educativa tiene mucho más que ver con poner en el centro de todo al aprendizaje, que con grandes modelos des-estructurantes que debamos copiar como recetas mágicas.

Las inquietudes principales tienen que ver con que los enfoques tradicionales de educar parecen ser insuficientes y no condicen con los desafíos que los países enfrentan. Esto se suma al hecho de que cada vez más nos hemos centrado en medir los resultados de la educación en lugar de entender en profundidad cómo aprendemos. Consideremos, por ejemplo, que a penas el 20% de los alumnos que la prueba internacional PISA mide, con respecto a lectura, logra llegar al nivel 2 –que significa que comprende lo que lee–, pero poco nos preguntamos acerca de cuánto este resultado tiene que ver con el desarrollar nuevas competencias como el trabajo colaborativo, la creatividad, el pensamiento crítico, es decir las denominadas competencias para el siglo XXI. Adicionalmente, hemos caído en la trampa de innovar orientándonos más por la tecnología que por el logro de los aprendizajes como tal. De alguna manera está la sensación de que hemos llegado al límite de lo que las reformas educativas realmente pueden obtener, pero pocos están planteando una nueva forma de concebir la educación o lo que el grupo de avanzada de la OECD denomina los ambientes de aprendizaje innovadores.

Tuve la oportunidad de escuchar a David Instance, quien lidera el proyecto de los ambientes de aprendizaje innovadores. Este proyecto ha logrado realizar un camino distinto a lo tradicional y eso ya me parece destacable. No empezaron diseñando políticas sino analizando en terrero qué escuelas alrededor del mundo están haciendo cosas innovadoras, que además impacten en los resultados y se sostengan en el tiempo. Estos cientos de casos han sido analizados y puestos en un marco de reflexión a cargo de varios académicos que han definido, desde la investigación, cuál es la naturaleza del aprendizaje, por ejemplo, explicando la relación entre emoción y motivación con el aprender, o cómo las personas aprenden usando tecnología, etcétera. Han puesto la evidencia empírica y teórica por sobre el diseño de una solución internacional. Para ellos, no se trata de modelos que se empaquetan y se traspasan a los países, tampoco de recetas básicas; la mirada aquí es contar con un marco común que ha identificado qué funciona y qué no, y desde ahí plantear formas de llevarlo a los países de manera orgánica.

Sabemos que el aprendizaje se da dentro y fuera de la escuela, con y sin tecnología, liderado por buenos directores escolares así como por comunidades involucradas. El punto es cómo en las decisiones educativas asumimos la vinculación de estos factores, sumado a los desafíos del país y a la necesidad de desarrollarse de los niños. La innovación es un imperativo y no es algo que se compre y se aplique, sino una manera como la sociedad es capaz de incentivar, imaginar y contagiar para que dejen se ser cambios aislados y se tornen relevantes para quienes toman las decisiones, comunican sus efectos o apoyan el día a día a quienes aprenden.
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